Aniversario: «E.T. El extraterrestre» cumple 30 años

Escrito por , el 13 junio 2012 | Publicado en Apuntes

E.T. y yo

La mayoría de las veces esto de los aniversarios es algo que pasa sin pena ni gloria por nuestras ajetreadas vidas diarias. Bastante es que tengamos la ayuda de la tecnología para recordarnos los cumpleaños de nuestros amigos (véase Facebook), y convirtamos un simple, agradable y afectuoso saludo a esa persona en un texto muchas veces despojado de todo sentimiento… y es que seamos sinceros, ha sido un programa de ordenador el que ha tenido que recordárnoslo.

Cuando los aniversarios corresponden a años redondos, es mucho más fácil, desde luego. Y es lo que ocurre cuando una destacada película cumple años, que nadie se acuerda a no ser que sean 10, 20, 25 años… Ocurrió hace no muchos meses con títulos como Desayuno con diamantes o El Padrino, ambos con 50 y 40 años respectivamente. Y constantemente estamos celebrando en internet, radio, televisión y prensa, el recuerdo de películas que definitivamente forman parte de nuestras vidas desde hace décadas, aunque quizá no hay muchas tan destacadas como estas dos.

Pero el caso de E.T. el extraterrestre sin duda si es comparable. El 11 de Junio se cumplían 30 años de su estreno, y al conocer ayer la noticia, la nostalgia de la infancia perdida invadió a quien escribe estas líneas, como pocas veces antes. Para alguien como yo que está en la mitad de la treintena, a quien le gusta el cine, ama la ciencia ficción, y adora las bandas sonoras, recordar la que fue la primera película que ví en el cine y pensar en lo maravillado que salí de allí de la mano de mi madre… Porque era la primera vez que entraba en una sala (aún recuerdo el desaparecido Cine Robledo de Gijón, donde ahora hay un MacDonalds…), porque la película era maravillosa para un niño de mi edad (y por suerte aún lo sigue siendo) y porque la música de John Williams se estaba grabando en mi cabeza mientras encaminábamos nuestros pasos hacia la salida. Naturalmente, en España y en aquella época las películas norteamericanas se estrenaban con mucho, mucho tiempo de diferencia con su primer pase en U.S.A., y aunque aquí se estrenó en Diciembre de ese año, yo no debí de ir a verla hasta bien entrado 1983.

Se trata de uno de mis recuerdos imborrables de la infancia, que se difuminan con los años, pero que no desaparecen. Durante muchos años torturé a mi hermana cuatro años menor (justo nació en 1982) con la voz del entrañable extraterrestre, ya se sabe: «E.T. mi casa, E.T. teléeeeefono…» Y es que para ella aquel bicho feo que alguna vez había visto en la tele, al que se le encendía el dedo (válgame Dios, eso realmente debe dar miedo a una niña menor de cinco años), sumado a mi talento para  las imitaciones, pues simplemente era una fuente de pesadillas.

No en vano, la historia originalmente había sido una película de terror, y es que potencial tenía. Fue Spielberg el que vio el otro potencial de la historia, el que todos conocemos, un tratamiento más familiar y de aventuras, al que inicialmente tituló E.T. and Me (E.T. y yo). Un título mucho más bonito y sugerente, en mi opinión, que el que tuvo finalmente.

El caso es que, en casa dependíamos entonces absolutamente de la televisión para disfrutar de películas pasadas. En una época de proliferación de videoclubs, en que todo el mundo alquilaba una película para ver el fin de semana, nosotros carecíamos de ese aparato, así que pasaron muchos, muchos años, hasta que la película de Spielberg se estrenó en TVE. Y entonces mi hermana pudo por fin romper el hechizo maléfico que el extraterrestre tenía sobre ella. Y yo pude rememorar (y hace ya mucho tiempo de eso) de nuevo la música de John Williams. Por esa época yo apuntaba los nombres de los compositores de todas las películas que veía, en un curioso y caótico archivo de la era pre-ordenador-personal: un tarro de cacao en polvo lleno pequeños papelillos escritos… ¡Qué tontería, verdad! Qué recuerdos me trae, sobre todo porque cuando en casa descubrieron su contenido, no tardó mucho en estar vacío de nuevo. Pero el nombre de John Williams nunca estuvo en aquel «archivo», al menos no asociado a E.T., porque yo ya recordaba desde los seis años (desde aquel día en que salía del cine acompañado de su música) quién era el autor de aquella maravilla de banda sonora.

Pasaron más años, y en el institituto Rubén y yo comenzábamos en esto de las bandas sonoras, aunque nuestro gusto común viniera de antes. Tener alguien con quien compartir estas cosas es una verdadera bendición. Fue la época en que compré mi primer video, y claro, con el tiempo la cinta. Aún está por casa la cinta de casette donde grabábamos los end titles de las pelis, entre ellos el de John Williams. La cantidad limitada de bandas sonoras que escuchábamos por aquel tiempo, quizá hacía que las disfrutásemos más que la cantidad ingente de discos a los que hoy en día se puede acceder. En mi caso casi puedo asegurar que valoro más muchas de aquellas músicas, compradas en cinta, o vinilo, y en algunos casos CD (pocos eran, por el precio), que las joyas que me permito comprar ahora, por la simple razón de los grandes momentos que pasé escuchándolas.

El primo de Rubén, un heavy llamado Mario, casualmente era el orgulloso propietario de un vinilo original con la banda sonora de E.T.. Aquel disco, limitado en música, pero inabarcable en magia y disfrute, fue el origen de numerosas tardes inolvidables. Para poder compartirlo entre todos, me esmeré en la limpieza perfecta de los surcos, y en evitar que cualquier mota de polvo se posase delante de la aguja, durante la grabación en una carísima cinta de cromo o metal, no recuerdo cual. Aquella grabación tuvo que ser repetida varias veces, hasta que la escucha con auriculares reveló que estaba libre de los molestos clics del polvo, y entonces tuve listo el master para poder copiarlo a mis amigos. Curiosamente yo nunca ponía la cinta grabada, sino que tuve el vinilo en mi poder, casi secuestrado, por uno o dos años. Me resistía inconscientemente a devolvérselo a su legítimo dueño.

En una ocasión, Rubén y yo terminamos desencajados por el suelo, cuando la aguja del reproductor se atascó y repitió a modo de bucle infinito el motivo principal de la película durante el tema Flying, el último de la cara A. Después de 6 o 7 veces, el temor natural que nos asaltó de que aquella joya que no era de nuestra propiedad se hubiese rallado, dio paso a uno de los ataques de risa más importantes de mi vida. Me hubiese dolido que el disco se hubiese rallado, percance que era más común de lo deseable, y el motivo principal de tener copias perfectas de cada vinilo en cinta. Pero por otro lado me hubiese ofrecido a comprárselo, para compensarle. Me parecía y me sigue pareciendo una joya de colección.

Desde hace mucho tiempo, la película se ha convertido en un clásico de las navidades de la televisión española, no solo antes de la remodelación que Steven Spielberg le hizo para el 20º Aniversario en 2002, sino también (y sobre todo) después. Ahora es imposible encontrar la versión original de la película en televisión, y cada vez que la reponen nos acordamos de lo «arrepentido» que Spielberg está de haber cambiado las pistolas por walkie-talkies, en esa controvertida escena. ¡A lo hecho, pecho, Steven!

Recuerdo cuando fuimos a ver aquel reestreno en cine hace diez años, que pensé en la cantidad de imágenes icónicas que contiene. Desde la silueta de la bici voladora recortada contra la espectacular Luna llena, hasta el maravilloso guión que es capaz de hacerte romper a llorar con el intercambio de solo dos palabras y un gesto:

E.T.: Ven.

Elliot: Quédate.

E.T.: [Señalando con su dedo el corazón] Ouch.

Elliot: [Entre lágrimas repite el mismo gesto] Ouch.

Tengo que confesar que sigue siendo una de mis películas favoritas de todos los tiempos, incluso la versión con efectos digitales, que al fin y al cabo es la misma película. Y mi pecado es no haber comprado aún el DVD, sobre todo porque en nuestra historia con E.T., Rubén y yo tenemos pendientes el ver juntos el documental que incluye sobre John Williams y su música. A ver cuándo nos ponemos… Este 30º Aniversario sirve para que se edite por primera vez en BluRay, con lo cual mi esperanza es que en el nuevo formato se pueda disfrutar como extra de la interpretación en directo que John Williams y la Recording Arts Orchestra of Los Angeles hicieron durante la proyección que Spielberg organizó hace justo diez años.

Como recuerdo de aniversario, espero que me perdoneis que peque de egocentrismo, pero no podía dejar pasar la oportunidad de contar nuestra historia, la de E.T y mía, y no encuentro mejor homenaje que recordar y volver a ver la película. En cuanto a la música, a pesar del maravilloso CD que tengo en mis estanterías y que ahora escucho, me quedo con las ganas de volver a sacar aquel viejo y elegante vinilo de su funda, soplar levemente para sacudir el polvo, y posar delicadamente la aguja… pero esos tiempos ya pasaron y aquel disco sigue teniendo otro dueño.

Hace no mucho que John Williams cumplió sus 80 años, y ahora han pasado 30 desde que E.T. apareció en la vida de Elliot y en las nuestras. Desde que las bandas sonoras son una parte importante en mi vida (y quizá incluso desde antes) he considerado que E.T. el extraterrestre es la primera en mi lista, mi favorita. En ocasiones he sido débil y la he hecho caer un puesto, pero al final siempre logra reclamar la cima… A punto de cumplir mis 35, sé seguro que en el futuro seguirá siendo una de mis músicas de referencia, y espero que por entonces ya haya cumplido el cupo de artículos nostágicos y sea capaz de contar las cosas de forma más objetiva, o sin aburrir al personal. ¡Pero ese día no es hoy!