ESPECIAL OLIMPIADAS: Tu Score Deportivo Preferido

Escrito por , el 12 agosto 2012 | Publicado en Otros

¿Qué sería del cine deportivo sin música? Ya que deporte y emoción van estrechamente unidos, la parte más emotiva de una película, su música, juega un papel primordial en el resultado final. Muchos han sido los compositores, y muchas han sido las obras, que han permanecido en el recuerdo de los aficionados como grandes bandas sonoras para películas deportivas.

En Asturscore, hemos decidido aprovechar la celebración de los Juegos Olímpicos de Londres para hacer un repaso de algunas de esas obras que nos han conmovido tanto como los sacrificios de esos deportistas que forman parte del Olimpo.

Son muchos los compositores que han tenido la buena fortuna de poder poner música a un film deportivo, algo que a buen seguro ha dado rienda suelta a su imaginación musical, con pocos límites a la hora de derrochar energía. Eso sí, algunos de ellos, han hecho del género deportivo una de sus señas de identidad.

De entre estos últimos destaca con especial importancia el músico norteamericano Bill Conti, quién además de buenos scores deportivos, ha visto acompañada su música de películas con leyenda. Es el caso de Rocky (1976), The Karate Kid (1984) y Escape to Victory (1981). El éxito de estas tres películas ha convertido en inmortal la música de Conti para ellas, por méritos propios además, y le ha permitido al compositor seguir escribiendo para el género también en la década de los noventa, aunque con resultados no tan redondos: Rookie of the Year (1993) y The Scout (1994).

Baseball, Surf, Vela o Baloncesto, son las causas de que el nombre de Basil Poledouris, popularmente conocido por su música de acción (Conan the Barbarian, Robocop, The Hunt of Red October) tenga un lugar en el particular olimpo de las bandas sonoras para películas deportivas. Además, en su caso, se trata de cintas en las que los directores mostraron un especial cuidado en hacer justicia a la disciplina deportiva.

Es el caso de Big Wednesday (1978) y Wind (1992), consideradas películas de culto tanto para los surferos como para los aficionados y deportistas de vela. Dos obras maestras de un compositor que entendió como nadie esos deportes, seguramente por haberlos practicado.

Además de los “especializados” en cine deportivo Conti o Poledouris, también otros grandes compositores han tenido ocasión de repetir en el género. Es el caso de dos históricos, como Jerry Goldsmith y James Horner, con un puñado de scores deportivos bajo el brazo. El primero tiene además el orgullo de ser quién ha revolucionado el género, con obras como Hoosiers (1986) o Rudy (1993).

En ellas, la emoción es el vehículo principal de expresión, tanto si se quiere ponderar el espíritu de sacrificio, con temas melódicos arrebatadores, como el esfuerzo físico, con temas en los que el ritmo y los metales forman el esqueleto de grandes piezas sinfónicas. Goldsmith, además, compuso otros tres títulos para cintas deportivas, Babe (1974), Players (1979) y Mr. Baseball (1992), además de un score rechazado para Gladiator (1992), centrado en el mundo del boxeo.

En el caso de James Horner, y como suele ser habitual en él, el enfoque es puramente humano, íntimo. Y el arquetipo es Field of Dreams (1989), una banda sonora ubicada en el mundo del baseball, pero con raíces en lo más íntimo de la relación entre un padre y un hijo. Sus toques de música pop, jazz y gran orquesta, son la mezcla perfecta de lo que el cine deportivo significa para el compositor norteamericano.

Mucho más desenfadada es la revisión de The Karate Kid (2010), en la que el compositor se ciñe al espectáculo deportivo de la lucha, mucho más que en anteriores ocasiones, y con resultados electrizantes. Además de éstas, Bobby Jones: Stroke of Genius (2004) y Radio (2003) adoptan música escocesa y sureña para los campos de golf y de fútbol americano, y aunque no logran alcanzar los niveles de entusiasmo y emotividad de las anteriores propuestas, sí mantienen un buen nivel, sin alejarse de ese toque íntimo con el que Horner es capaz de abordar hasta una misión espacial.

Además de los Conti, Poledouris, Goldsmith o Horner, ha habido más compositores que con mejores o peores resultados han abordado el tema deportivo. Es el caso de las emocionantes propuestas de William Ross, encasillado en el género a más no poder, quién hereda por completo el estilo impuesto por Goldsmith, y abusa de él. Sus bandas sonoras para Tin Cup (1996), The Game of their Lives (2005) y las más recientes The Mighty Macs (2010) o Touchback (2011), beben de la misma fuente, o sea, el partido final de Rudy (1993), pero no por ello dejan de ser emocionantes y bien ejecutadas. Mención especial merece The Game of their Lives, del director de Hoosiers y Rudy, y que a buen seguro hubiera musicado Goldsmith. Ross, sin embargo, le hace un gran homenaje haciendo que la música sea protagonista.

Otro de los que vuelven por el deporte de vez en cuando es Mark Isham, con Miracle (2004), Racing Stripes (2005), The Express (2008) o la más reciente Warrior (2011), pero hay muchos otros que han compuesto grandes obras para un género que despierta pasiones, pero no atrae espectadores en masa al cine.

Es el caso de las imborrables músicas de Vangelis para Chariots of Fire (1981), The Great Race de Henry Mancini (1965), o Grand Prix (1966), de Maurice Jarre, en tiempos pretéritos, y apuestas más modernas pero igual de bonitas y efectivas, como The Mighty Ducks (1992), la gran banda sonora sin editar de David Newman, Little Giants (1994), otra sin editar de John Debney, The Greatest Game Ever Played (2005) de Brian Tyler, o las casi en cartelera Soul Surfer (2011), de Beltrami y Real Steel (2011) de Elfman.

En todas ellas, como en las que a continuación te detallamos, el compositor se ha puesto las botas con la misión que se le ha pedido, y que es una de las más bonitas en el mundo del cine: la oportunidad de conmover.


Braulio Fernández

For Love of the Game (1999) de Basil Poledouris

He de confesar que de todos los compositores que han repetido en el género de la película de deportes, el que conecta más con mi forma de ver cine es Basil Poledouris. Tanto en sus obras magnas Big Wednesday (1978) y Wind (1992), como en la cinta que nos ocupa, For Love of the Game (1999), hay algo que va íntimamente ligado al deporte que se practica en pantalla, sea el surf, la vela, o el baseball. Y no es que yo entienda mucho de baseball, pero hay algo desenfadado y rockero en su score que lo liga a las imágenes.

La cinta, un tonto encargo que a fuerza de grandes profesionales sale adelante (léase Sam Raimi en la dirección, Kevin Costner en su tercera interpretación en el mundo del baseball, y por supuesto Poledouris), nos presenta el partido final de un veterano jugador que a lo largo de ese encuentro, reconstruye mediante flashbacks lo que puede dar de sí su vida cuando ya no haya deporte.

Y Poledouris deambula con acierto entre esos dos escenarios, el del estadio de baseball y el de la vida de Costner. Y lo hace con música sentida, bella, pero reflexiva, para el segundo apartado, y agresiva, urbana, para el primero. Todo se funde en un solo conjunto cuando llega la escena final, donde un buen compositor junta notas para dar con una música bonita, y un grande como el de Kansas y la mar hace que se te pongan los pelos de punta.

Esta escena, en la que Poledouris tiene que puntuar demasiados momentos, es resuelta de manera impresionante por el compositor, fusionando el rock, y la orquesta sinfónica como nunca antes. Haría sentir orgulloso al profesor Holland, no digo más.


Eduardo Con

Real Steel (2011) de Danny Elfman

Mi elección seria el score de Danny Elfman para la película Real Steel (2011) donde el californiano acierta de pleno con un potente tema principal que va reflejando musicalmente como el mas débil consigue superarse para ir ganando a los mas fuertes.

La partitura se mueve en dos planos, por un lado el íntimo (guitarras, piano, cuerdas e incluso una voz femenina) donde refleja la relación que poco a poco se va consolidando entre padre e hijo y después la música de acción (a la orquesta le añade guitarra eléctrica, batería y ritmos electrónicos) para las peleas entre robots, donde el tema principal se convierte en un tema heroico.

La muestra de lo que he comentado aparece en uno de los mejores cortes del CD, el apoteósico Final Round.


Rubén Franco

Escape to Victory (1981) de Bill Conti

Hay un buen puñado donde escoger, trabajos tan maravillosos y redondos como Rocky (el tramo final es realmente emotivo), el tema central de Chariots of Fire, la belleza y épica de Wind, la batalla campal del tramo final de Miracle, la magia de Field of Dreams, el vibrante motivo de Players

Quizás, si tengo que decir quien es el rey del juego, es Jerry Goldsmith, y sus dos perlas, Rudy y Hoosiers. Y si tengo que ir más allá, solo uno… quizás Hoosiers (depende del día). Adoro ese toque a la americana mezclado con los sintes ochenteros del maestro, donde el tema del pívot es de otra galaxia, y el partido final es de otro universo.

Pero como mi deporte preferido es el fútbol (si, con t, no con r), me decantaré, solo por no repetir y dar más variedad, por esa genialidad Contiana que es Escape to Victory (Evasión o Victoria, 1981).

¿Por qué? Porque es la mejor película de fútbol jamás rodada (IMHO), porque la rueda nada más y nada menos que John Houston, porque sale mi dios actoral, el gran Michael Caine (sin olvidarnos de ilustres como Max Von Sydow), por ese partido de fútbol final con Pelé de por medio (más veces que la veo, más veces me sigue emocionando), y, sobre todo, y quizás por encima de todo, por Bill Conti.

Ese tema central, apabullante, exultante, reflejo del éxito de la empresa final (evasión Y victoria), es toda una oda épica para todos los protagonistas, donde los metales (marca de la casa), la cuerda y las típicas baterías militares explosionan en el clímax final, no sin antes pasarlo francamente mal, donde la música del maestro se torna vibrante y épica, pero con gran intensidad dramática, reflejando todas las penurias y avatares por los que pasan nuestros sufridores (pobre Stallone).

Desde el Let’s Go Guys (inmenso, homenaje incluido al Patton de Goldsmith) hasta el Match’s Revenge (apabullante, pura épica) es para enmarcar, literalmente, casi diez minutos de la mejor música deportiva jamás escrita (quizás sin aparente complejidad, pero inspirada y emotiva, como debe ser), con rendición final en los magistrales End Credits.

Vaya por delante lo de Hoosiers y Rudy, pero Escape to Victory es otra joyita a reivindicar. Y es que Conti, de deportes, sabe un rato.


Daniel Fernández

Rudy (1993) de Jerry Goldsmith

Este tema bien podría haber sido el del Espíritu Olímpico. Recuerdo cuando escuché esta banda sonora por primera vez. Había algo mágico en ella. Más allá de una música inspirada, bien construida o pegadiza había algo que la hacía muy especial.

Era una especie de botella de oxígeno contra el desaliento, la fatiga y el derrotismo. Pero la banda sonora de Rudy del maestro Jerry Goldsmith es más que uno de los temas más envolventes y cautivadores de la historia del cine.

Es una oda al positivismo y a la superación. Todo empieza con el citado tema principal y prosigue con una serie de temas como Waiting o Tryouts, a modo de arenga, que parece que empujan a tu cuerpo y a tu alma a superar lo insuperable. Es la música que necesita cualquier ser para levantarse cuando más caído se siente.

Y entre medias, el citado tema principal. Un tema que, en cualquiera de sus variaciones, parece translucir todo aquello que subyace en el ser humano y que ansía salir cuando las cosas más difíciles se ponen.

Todo acaba con una impecable coda final. Un tema antológico llamado The Final Game va tomando forma hasta explotar en el majestuoso tema principal en el que el compositor confirma, yo creo que casi sin darse cuenta, como la fe, el esfuerzo y la confianza tienen al final su recompensa.

No me consigo imaginar aún de dónde sacó Jerry Goldsmith la inspiración y la fuerza para construir tamaña obra maestra de música. Y no es, musicalmente hablando, excesivamente compleja y elaborada pero sí que consigue dar en la tecla que tiene que dar para transmitirnos aquello que quiere transmitir. No encuentro una música más adecuada para un deportista ni para un ser humano en general que ansíe superarse a sí mismo.

Hoy, que terminan los Juegos Olímpicos de Londres 2012, escucho esta música e imagino el alma de todos esos deportistas que, con medalla o sin ella, han intentado dar lo mejor de sí mismos.


Firma invitada: Felipe Múgica

Hoosiers (1986) de Jerry Goldsmith

En dos películas trabajó Jerry Goldsmith para el director David Anspaugh, en los dos casos, dos dramas deportivos, Hoosiers y Rudy. Creo que la mayoría de la gente prefiere Rudy, aunque las dos sean dos grandes bandas sonoras. Sin embargo, yo creo que siempre he preferido Hoosiers, o Best shot, como también se la conoce.

Siendo el film de 1986, le pilló a Goldsmith en plena etapa de experimentación sintetizadora y en esta banda sonora el sintetizador casi se come a la orquesta en la mayoría de la composición. Y puede que, escuchado este sonido de sintetizador hoy en día, haya quedado pasado u ochentero; aún así a mí no me molesta e incluso diría más, me encanta.

El CD entero es una gozada: vibrante, dinámico, emocionante, optimista… Todo el talento melódico de Goldsmith al servicio de esta historia donde Gene Hackman se esfuerza en entrenar a un equipo de baloncesto de instituto. Una de las muchas joyas del genio de Goldsmith, y que, por una vez, le valió una bien merecida nominación al Oscar.

Felipe Múgica tiene 36 años, y es de Barakaldo, en Vizcaya. Pocas cosas hay que le gustan tanto como Tim Burton: unas buenas bandas sonoras de Jerry Goldsmith, John Williams, Georges Delerue….


Firma invitada: Miguel Garre

Karate Kid, part II (1986) de Bill Conti

Pese a que dentro de la música deportiva encontramos scores como la maravillosa Rudy de Jerry Goldsmith o la imprescindible Wind de Poledouris (por el que siempre tendré debilidad), me quedaría con la saga de Karate Kid, y especialmente con la que es menos “deportiva” de todas Karate Kid II (ya que es la única, creo, que no tiene una competición de fondo).

Pero la belleza y fuerza de la misma, la convierte en una de mis partituras preferidas de todos los tiempos. Me encanta su toque oriental y los nuevos temas (mucho más potentes que los de la primera parte) que Bill Conti desarrolla en esta secuela. Principalmente destacaría un bellísimo tema de amor y, sobretodo, un intensísimo tema final, que explota con en un emocionante final (tema que en el LP de la época, contó con una versión co-escrita e interpretada por la gran Carly Simon).

Miguel Garre es de Barcelona. Tiene 43 años y es aficionado a la música de cine desde tiempos inmemoriales. Le gustan sobretodo Basil Poledouris y Christopher Young.


Firma invitada: Luis Fernando Rodríguez Romero

Rocky (1976) de Bill Conti

Scores deportivos hay muchos, y muy buenos, por lo que la decisión no resulta para nada fácil. El célebre Carros de Fuego de Vangelis tiene uno de esos temas que más y mejor condensan la esencia del espíritu deportivo, y como álbum es ciertamente una maravilla, pero hay que admitir que, como banda sonora en la película, no resulta en su conjunto tan adecuada y brillante como la de Blade Runner.

Mis opciones se reducen, por tanto, a dos, Rudy de Jerry Goldsmith y Rocky de Bill Conti. Y aunque la primera me parece una de las mejores bandas sonoras de la historia (y punto), creo que me decantaré finalmente por la de Rocky, ya que capta a la perfección ese espíritu deportivo de autosuperación para alcanzar una meta, ser mejor de lo que ya somos.

La BSO alterna momentos más intimistas para reflejar todos los conflictos internos por los que atraviesa el protagonista durante la lucha por cumplir su sueño, y cómo esa lucha afecta su relación con sus seres queridos. Sin embargo, y dado que estamos hablando de «score deportivo», es en los momentos más enérgicos y emocionantes en donde Bill Conti saca a relucir su genio, con esas épicas fanfarrias que le confieren al entrenamiento del protagonista una dimensión épica.

Nada más apropiado para honrar a aquellos que entrenan para ser campeones, sacrificando tantas y tantas cosas en pos de un objetivo: probarse a sí mismos y demostrar que pueden llegar a lo más alto. Y cuando consiguen ese objetivo, cuando tanto sacrificio se ve recompensado, cuando alcanzan finalmente la gloria, nada más exultante y maravilloso que lo que describe musicalmente Conti con su épico The Final Bell, sin duda uno de los mejores momentos musicales de la historia del cine. Por todo ello, me quedo con Rocky.

Luis Rodríguez es sevillano, tiene 35 años y trabaja como profesor de inglés. Es fan de Vangelis, Tangerine Dream, Georges Delerue, Christopher Young y Hans Zimmer, entre otros.


Firma invitada: Fernándo Ayuso

Field of Dreams (1989) de James Horner

Cuando mi amigo Rubén me pidió que eligiera mi score favorito de una película deportiva me vinieron muchas dudas a la cabeza, ya que hay muchos y muy buenos a lo largo de la historia. Títulos como Rocky, Chariots of Fire, Miracle, The Greatest Game Ever Played, o incluso la última The Karate Kid se encuentran entre mis preferidos. Sin embargo había dos títulos muy especiales para mí que estaban por encima de estos por diversas razones: uno es Rudy del gran Jerry Goldsmith, y el otro es Field of Dreams de James Horner.

Pero como bien saben los que me conocen la música de Horner tiene un puesto muy elevado en mi ranking de escuchas anuales, siendo este último score uno de mis favoritos dentro de su filmografía, hecho por el cual obtiene el primer puesto de mi personal podio deportivo-musical.

Field of Dreams, además de ser la tercera nominación al oscar del compositor, es un digno ejemplo del mejor Horner, ese compositor que sabe sacar lo mejor del intimismo de una escena, de ese creador de ambientes y colores que una película necesita. Sí es verdad que ese compositor no siempre ha estado presente a lo largo de los años, pero también lo es el hecho de que cuando “quiere” lo consigue y merece nuestra ovación.

Se trata de una partitura placentera y melódicamente muy bella, en la que Horner utiliza el piano y la guitarra para presentarnos el fantástico tema principal asociado al protagonista, o los sintetizadores y el (habitual en el compositor) shakuhachi para transmitirnos ese ambiente místico inquietante que produce el hecho de que el protagonista escuche una voz misteriosa. También nos decide sorprender con la aparición de estilos diferenciados, como el Swing para representar a los fantasmas, a los deportistas de una época pasada, o el folk en The Library.

Y todo esto lo consigue de una forma coherente, un collage de tonalidades que se van dando la mano las unas a los otras de forma continua hasta que llega el desenlace, momento al que Horner nos ha guiado sin que nos demos cuenta, instante en el que entra en escena la orquesta para poner el broche al score en The Place Where Dreams Come True, título más que apropiado para definir uno de los mejores temas del compositor: es un momento de gran belleza, construido cuidadosamente para conseguir lo que a Horner más le gusta: que el espectador se emocione.

Fernándo Ayuso es cordobés, tiene 23 años y estudia arquitectura. Es fan de James Horner y Jerry Goldsmith.