Especial 30 Aniversario: The Dead Zone (Michael Kamen)

Escrito por , el 31 octubre 2013 | Publicado en Apuntes

Siempre hay un recuerdo asociado a todo aquello que de alguna manera te marcó en la infancia, uno que te acompañará de por vida, y que gracias a un sonido, una fragancia o una imagen rememoras una y otra vez. Ese espacio personal, esa “Zona Muerta”, estará a tu lado siempre, y marcará el devenir o desarrollo de ciertas áreas de tu vida.

The Dead Zone (La Zona Muerta, 1983), dirigida por David Cronenberg, protagonizada por Christopher Walken, escrita por Stephen King y con música de Michael Kamen, fue una de esas películas que marcó un antes y un después en mi infancia. Es por ello que he decidido dedicarle esta breve reflexión que, a modo de tributo, recorrerá La Zona Muerta de John Smith en su 30 aniversario.

The Dead Zone – El Objeto de mi Devoción

En 1983 se estrenó esta excelente película basada en la obra de Stephen King, por aquella época el escritor de terror por excelencia, en pleno auge (adaptar una novela de King era sinónimo de prestigio y éxito desde Carrie).

The Dead Zone fue, además, la obra y película de King que apuntaló mi fervor juvenil, por aquella época, hacia el escritor (y tengamos en cuenta que naciendo en 1977, descubrí esta película años después, puede que a finales de los 80, en 1989 seguramente).

Mi primer libro de adulto, fuera del circuito escolar, fue Carrie, y le siguieron The Shinning, Salem’s Lot y The Dead Zone. A finales de los 80 devoraba esos libros, con tan solo 11-12 años, una literatura más adulta y violenta que el típico libro de literatura española que te pudieran mandar en clase (puede que a lo mejor yo fuese algo macabro, o me gustase el terror desde muy pequeñito, pero que le vamos a hacer).

Además, al poco echaron en televisión española un sábado de noche (de cuando “aún” solo teníamos dos canales) la excelente película Carrie, de Brian de Palma, cuya excelente adaptación se beneficiaba de un conjunto de magistrales actuaciones y el soberbio score de Pino Donaggio.

Allí estaba yo con mi video de VHS grabando la película y cortando los descansos cuando era necesario, pegado a la pantalla para seguir grabándola justo cuando empezara de nuevo. Hasta recuerdo como aquella mañana mi madre me compraba en un Economato una cinta de VHS de casi 200 minutos para grabar Carrie  (y poco después, Children of Corn, un pack de King en mi viejo VHS que disfruté no pocas veces).

Allá a finales de los 80 echaron The Dead Zone, de David Cronenberg, una película alejada de la orgía de sangre y presencia de extrañezas varias relacionadas con las criaturas fruto de la somatización de los problemas de una madre psicótica, con unas babosas que contagian un insaciable instinto sexual  cargado de violencia, un extraño apéndice fálico a través del cual se contagia una rabia descontrolada entre los humanos, los telépatas revienta melones (memorable la primera muerte)  y, justo en el mismo año, la odisea de Max Renn en Videodrome, donde una televisión real controlará y alterará su existencia hasta límites insospechados (long live the new flesh).

The Dead Zone se alejaba de estos conceptos… pero no tanto como parecía. En todas las obras de Cronenberg subyace la alteración de la existencia humana, que de alguna manera se encuentra ante algo nuevo que altera su  concepto de existencia, e incluso lo transforma.

Rabia, lujuria, apéndices, clones somatizados llenos de odio, bocas estomacales… transformaciones que en muchos casos son físicas, y en otros incluso fruto de la fusión de la tecnología y la carne (en este sentido, Existenz sería la máxima expresión del arte de Cronenberg).

Johnny Smith (un impagable Christopher Walken, un actor que está por encima del bien y del mal) es un típico profesor de escuela enamorado de su compañera Sarah Bracknell (interpretada con eficiencia y solvencia por Brooke Adams); su vida discurre tranquila y plácida hasta que un grave accidente de carretera mantiene a John Smith cinco años en coma profundo.

Tras despertarse, irá asumiendo dos duras realidades; la primera, el transcurso de cinco años, donde su amada ha rehecho su vida, casándose con otro hombre, lo que le rompe el corazón. La segunda, ha sido dotado de un don, a la par maldición, que es la facultad para anticipar futuros acontecimientos (o revivir acontecimientos pasados), unos poderes extrasensoriales que cobrarán especial relevancia con la figura del candidato Greg Stillson (un genial y odioso Martin Sheen), quien de salir elegido provocará la Tercera Guerra Mundial.

A destacar el buen hacer de actores como Herbert Lom (como el doctor Sam Weizak que asiste a Johnny), el siempre genial Tom Skerrit como el Sheriff que pide ayuda a Smith para resolver los crímenes de Castle Rock, y el ayudante del Sheriff, Nicholas Campbell, quien ya trabajase con Cronenberg en Fast Company (1977) y The Brood (Cromosoma 3, 1979).

El Drama de la Existencia

Lo que siempre me encantó de la novela, y por ende de la película, son varios temas que plantea, al margen de los fantásticos (que no olvidemos son los principales). Primero, la moralidad de los actos, relacionados estos con poder alterar el orden de los acontecimientos de la historia.

Especialmente se refleja en la conversación del Dr. Wiezak y Johnny Smith: ¿Si pudiera viajar en el tiempo a 1932, asesinaría a Adolf Hitler? La respuesta es un SI, pese a que le costase la vida. Evidentemente, a caballo pasado, ello alteraría el rumbo de la humanidad (y la existencia de muchos seres humanos). La disyuntiva planteada responde al interés de Johnny Smith por tomar su decisión sobre Greg Stillson, un personaje cuya ambición podría llevar a una guerra nuclear a la humanidad de consecuencias inimaginables y devastadoras. El gran dilema humano, que por ende casi es una especie de gran tragedia griega en el tramo final.

Por otro lado, tenemos la melancolía del Johnny; cinco años han hecho añicos su trayectoria profesional, y especialmente, su relación con Sarah. Para una persona que ha cerrado los ojos y que cinco años después los vuelve a abrir, es imposible asimilar el hecho de haber estado cinco años durmiendo, en coma, sin ver transcurrir la vida, todos los acontecimientos relacionados con todos tus seres queridos.

Desde ese momento, la tristeza y la melancolía acompañan a este personaje continuamente, no llegando a encajar en ningún momento con su entorno, dificultad agravada por el poder extrasensorial del que ha sido dotado (en la novela, quizás el accidente le haya dotado de ésta facultad, pero un incidente aislado en su juventud nos induce a pensar que siempre estuvo ahí, y que el accidente lo ha despertado). Es la historia de una persona inadaptada, que se siente fuera de lugar, que se siente como un monstruo en una feria (la gente que le rodea se acaba alejando de él).

Y luego está el tumor, el factor Cronenberg aprovechado de la novela de King para proseguir con su lista de “criaturas”; la zona muerta del cerebro de Johnny a raíz del accidente alberga un tumor en desarrollo, como se descubrirá posteriormente, lo que le provoca fuertes migrañas (que se incrementan tras el uso del poder). No queda claro si el uso del poder provocó el tumor (una forma de somatización) o si este ya estaba allí. De alguna manera, es la criatura que da forma al poder extrasensorial.

En definitiva, para el que escribe, una de las mejores y más redondas películas de David Cronenberg, una de las mejores actuaciones del gran Christopher Walken, una de las mejores películas fantásticas ( y de terror) de la historia, una de las mejores (y de largo) adaptaciones de Stephen King y uno de los mejores trabajos del gran Michael Kamen.

A modo de anécdota, citar que esta excelente película de terror y fantástico conoció serie televisiva, que francamente estaba muy bien, y entre los casos que iba resolviendo Johnny Smith (interpretado con solvencia por Anthony Michael Hall) se intercalaba el personaje de Greg Stillson (un excelente Sean Patrick Flannery) como segunda línea argumental in crescendo.

De las 6 temporadas que estuvo antena, solo pude ver 3, pero estaban francamente bien (espero poder retomar algún día el pulso a la serie), donde la música recaía en varios compositores, y donde destacaba el tema central de Jeff Rona.

Michael Kamen, dando con la nota

Es extraño que Cronenberg no pudiera contar con su habitual colaborar, el compositor Howard Shore, quien se encargó de poner música a todas sus películas desde 1979 con The Brood (salvo Fast Company, de ese mismo año, producto comercial ajeno a la vena creativa de Cronenberg, con score del compositor Fred Mollin), aunque todo quizás se pudiera explicar por la naturaleza de la película; The Dead Zone suponía un proyecto de rango mayor, con más presupuesto, en una liga distinta al cine personal y de autor del director.

Dino de Laurentiis estaba produciendo el proyecto, y el compositor que se eligió en aquel momento fue el recién llegado Michael Kamen, quien ya había debutado con buen sabor de boca en la genial The Next Man (El Árabe, 1976), con Sean Connery, y que había dejado buena muestra de su buen hacer en el género en Venom (1982), con Oliver Reed, Klaus Kinski y Nicol Williamson como protagonistas, donde Tobe Hooper fue reemplazado por Piers Haggard.

Cuenta Kamen, en el folleto del score editado por Milan, que viviendo en Londres, mientras trabajaba con Pink Floyd, le llamaron para entrevistarse con director y productor, quienes le llevaron a conocer a De Laurentiis, quien le dijo algo así como “un nuevo compositor es como una sandía; nunca sabes si va a estar madura hasta que la abras”. Tras el primer preview, De Laurentiis vió a Kamen y le dijo “madura, dulce y jugosa”.

Desde luego, la elección pudo haber resultado un poco arriesgada debido al escaso bagaje del compositor (no en calidad o cantidad, sino porque la mayor parte películas para las que había trabajado eran desconocidas o de poco éxito, pese a que tenía una experiencia brutal como arreglista para todo tipo de grupos y cantantes). Pero sin ningún género de duda fue la acertada. Y de alguna manera, The Dead Zone le puso en el punto de mira en Hollywood, pues a partir de ahí comenzaron a llegar las grandes oportunidades para Michael Kamen, como Brazil, Highlander, Mona Lisa o la música adicional de Life Force.

El arranque de los títulos de crédito, puro Kamen, es la esencia y alma musical del drama de la película, con el tema central enunciado sobre los metales, y las cuerdas marcando y reforzando el drama de la historia que comenzaremos a ver en  breve, donde una percusión final nos prepara para el comienzo.

El score es intenso y dramático, lleno de zonas áridas y oscuras, musicalmente hablando, que describen perfectamente esa zona muerta de Smith y sus visiones, donde la orquesta, especialmente la cuerda, presiona y ahoga en muchos momentos, generando ansiedad y tensión, la misma que sufre el protagonista con sus visiones o sus migrañas. Cabe destacar que el gran trabajo de The Dead Zone adelantaría lineas musicales, formas y maneras para futuras composiciones, no tan lejanas, como el genial capítulo de Amazing Stories de Mirror, Mirror, dirigido por Martin Scorsese, donde Kamen recupera el tono oscuro de The Dead Zone con cierto regusto al Jerry Fielding de sus últimos años, o poco después, el famoso tema de la tormenta de Crusoe, donde el exhacerbado dramatismo de ese momento nos traen fragancias de La Zona Muerta.

Es especialmente reseñable la contención final, en el gran clímax donde Johnny Smith pone en práctica su plan para acabar con Greg; Kamen pone toda la carne en el asador, a modo de gran tragedia griega, en el corte Coda to a Coma – The Balcony, pero no maltrata a su protagonista, sino que le dota de alma y corazón en el momento final, cuando el clímax alcanza su cénit, no abandonándole a su suerte, permaneciendo a su lado hasta el último momento, humanizándole y arropándole, proporcionándole refugio cuando más lo necesita. Quizás a ojos de todo el mundo sea un monstruo, pero solo él y los espectadores sabemos la verdad de su dura decisión, y Kamen lo refleja en su música, refleja ese dolor, esa melancolía que arrastra Johnny Smith.

Y ese característica, ese toque melódico que Kamen tan bien dominaba, es lo que siempre he amado de su música; es uno de los últimos “románticos” del sinfonismo (y el que mejor ha fusionado sinfonismo y modernismo, en el sentido amplio de la palabra, y como ejemplo solo basta ver y oir Last Action Hero y sus Lethal Weapon).

Su música dota de alma a todas las películas que ha acompañado, pero es The Dead Zone la que guarda, junto con Brazil y Die Hard, un lugar privilegiado en mi corazón, especialmente la primera. Porque dota de relieve musical el drama de Johnny Smith, le da cuerpo y lo define, lo hace vivir más allá de los end credits finales, cuando todo se ha apagado y solo queda en tu memoria la música de Kamen.

Christopher Walken y Michael Kamen firmaron dos de sus mejores obras de lejos, y no se puede entender a ninguno de ellos sin el otro, y 30 años después, esa Zona Muerta sigue estando ahí, en nuestra memoria; ese túnel oscuro donde Johnny Smith entra para encontrar pruebas del asesino de Castle Rock, esa cama donde yace postrado, mientras las llamas de la casa incendiada de su visión dibujan el infierno en el que se convertirá su vida, o el dolor de ver como Sarah ha rehecho su vida, niño incluido, pese a que ambos aún vivan la nostalgia y la melancolía de un último encuentro, para intentar apagar un incendio interno que los consume tras despertarse Johnny del coma.

Porque la vida es injusta y dolorosa, porque nadie dijo que fuera fácil vivirla, porque debemos reponernos a las adversidades; de ahí el espíritu noble y cuasi heroico del tema central, esa especie de canto a la vida de Johnny Smith, donde las cuerdas rasgan el dolor del protagonista, que prácticamente lo ha perdido todo, y que parecen remarcarnos que el camino no será fácil, lleno de dolor y dificultades.

Y nadie como Michael Kamen para entender la profundidad de la historia de Johnny Smith; no solo Christopher Walken transmite esa fragilidad y melancolía, Kamen se mete hasta los huesos, y dota de alma al celuloide creado por Cronenberg y escrito por King, entendiendo perfectamente todos los puntos argumentales de la película (y fue compuesto en solo 10 días…). Ese es el secreto de Kamen;  sabía dar vida a sus historias y personajes, transmitir y realzar cuando era necesario, o simplemente describir lo justo con economía de medios (solo hay que escuchar el tema central de Crusoe para darse cuenta de ello, donde menos es más).

Coda to Kamen and his Dead Zone

Diez años después de la muerte de Michael Kamen, y 30 después de una de sus obras más significativas y dramáticas, uno sigue maravillándose de la capacidad compositiva y melódica de Michael Kamen. Y es que Kamen fue, es y será irrepetible. Uno de los últimos mohicanos de la música de cine, un espíritu infatigable, que hoy día nos hubiera seguido deleitando con su música.

Gracias Maestro. Tu Zona Muerta está más Viva que nunca.